Esta instalación es una mirada al paisaje y al jardín como espacios idílicos y mitificados, portadores de cierta jerarquía y distinción dentro del tejido urbano. La obra propone una contraposición de imágenes, la de una ciudad en crisis y en constante cambio, a la del sosiego y perfección de nuestro jardín privado. La yuxtaposición de la violencia del paisaje urbano a la paz e intimidad del paisaje. El Jardín como construcción y recuerdo de nuestra imposibilidad de conocer el “paraíso terrenal” soñado, y de nuestra falta de contacto con la naturaleza. El jardín como el laberinto metafísico y espiritual Borgiano, como encuentro y refugio de nuestra espiritualidad y de nuestro intelecto. (Carlos Garaicoa)