En 1941, Olivier Messiaen interpretó por primera vez Quatuor pour la n du temps en el Stalag VIII-A, el campo de prisioneros de Görlitz. Ese año, Múnich fue declarada ciudad limpia de judíos. Este proyecto toma como punto de partida la espectacularidad de los discursos de Hitler y su obsesión por la música clásica. Enajenadas en su absurda representación y espectacularidad, dos manos hinchadas de muerte y falsos gestos con- ducen la «Solución Final». Esas manos echan de menos la capacidad creativa del arte y la música. Sirvan esas mismas manos, gesticulando vacías en el aire, para dirigir esta fantástica oda a la rebeldía, la resistencia y la supervivencia del ser humano, que la obra de Messiaen representa. Como las de un falso director de orquesta, estas manos no pueden sino aceptar el triunfo de su enemigo de pecho impasible. Lejos de controlar a otros sembrando el terror, son derrotados con la más ligera de las armas, fruto de la belleza ab- soluta: la música. Los gestos que antes se asociaban a la muerte y a la intransigencia se reconvierten ahora, bajo la in uencia de la música, en gráciles movimientos ligados a la vida y a la existencia casi eterna de lo esencialmente humano.